Tras más de medio año viviendo en Oslo sin entender mucho los cantados balbuceos a mi alrededor, he decidido tomar el noruego por las astas y meterme a un curso intensivo para así al menos poder preguntar por la ubicación de una calle, el precio de las naranjas y entender los titulares de los diarios. Como preámbulo, partí pidiendo un libro diseñado para adultos que llegan para quedarse y necesitan aprender el idioma: una condición para la residencia permanente es pasar un test de noruego básico-intermedio. Aunque éste no es mi propósito, el libro me llamó la atención desde el título: “Møt Amina”, o sea, “Conoce a Amina” o “Te presentamos a Amina”. Sin quererlo, el ejemplar en cuestión es un festín semiológico, un tesoro sobre el cual Roland Barthes podría haber dictado cátedra durante horas, por la cantidad de niveles de significado que pueden descubrirse en él. Partiendo por el título: Amina es un nombre árabe, o sea, pertenece a uno de los grupos mayoritarios de inmigrantes aquí. No se dice de qué país proviene, pero sí se dice que en él las condiciones de vida no eran buenas. Que faltaba la comida. Que las mujeres no tenían los mismos derechos que los hombres. Que los niños no reecibían la atención gratis de doctor y dentista que reciben aquí. “Qué suerte vivir en Noruega”, es el mensaje más o menos evidente que supura de cada página: “Qué agradecidos que debemos sentirnos de haber venido a parar a este paraíso escandinavo”.
Cuando no se ha salido mucho del propio país, hay una cantidad de reglas y costumbres que damos por obvias hasta que vemos otras realidades, y nos damos cuenta de que no lo son. Los cuatro hijos de Amina (como la mayoría de los inmigrantes, la protagonista ha contribuido a la explosión demográfica) no han pasado por las dificultades que ha pasado su madre y representan a la nueva generación, que será plenamente integrada en sociedad y que no conoce aún las realidades de otros lares. Cuando se dan duchas demasiado largas, Amina recuerda su país, donde el agua potable era un lujo. Cuando quieren salir con los amigos en vez de ayudar a hacer el aseo el sábado por la mañana, Amina les dice que aquí los niños tienen que participar en las labores hogareñas y que las madres no son (como en latitudes como la suya), sirvientas sin goce de sueldo. Cuando piden irse al “vinterhytta” o cabaña de invierno de los compañeros de curso para el feriado de Pascua, Amina se alegra de que sus hijos, a diferencia de los de sus amigas en su país de origen, puedan disfrutar de la infancia. Y así.
Capítulo por capítulo, se van aprendiendo nuevos verbos, adjetivos, adverbios y sustantivos, pero sobre todo las nuevas maneras que deben adoptarse y aceptarse para pasar a formar parte de esta sociedad que se ve a sí misma como igualitaria, democrática, solidaria y llena de oportunidades. Así, se nos informa que aquí los profesores de colegio pueden ser hombres o mujeres, que niñas y niños practican deportes juntos, y que la educación es gratis para ambos. Cuando la vecina de Amina, una turca casada con noruego, se queda embarazada, nos enteramos de que aquí las madres tienen un año de post natal pagado y los padres hasta tres meses, pero también que se puede libremente abortar hasta las doce semanas de embarazo. Cuando llega la hora de la reunión de apoderados, se nos dice que aquí las parejas pueden estar casadas o convivir, que la mitad de los niños nacen fuera del matrimonio y que la mitad de quienes se casan se divorcian. También hay parejas de hombres con hombres y mujeres con mujeres. Gays y lesbianas aquí no van a la cárcel, ni son apedreados, ni deben esconder su realidad por miedo a la discriminación.
Gracias a “Conoce a Amina” he aprendido no sólo a pedirle lo que necesito en noruego a la vendedora de la tienda. Ante todo he aprendido hasta qué punto es clave la educación para mantener vivos los rasgos predominantes de una cultura, sobre todo cuando ésta recibe grandes cantidades de nuevos residentes, crecidos con otros hábitos y prejuicios integrados. Me he preguntado, en el fondo, cuál es el punto en que la educación se transforma en lavado de cerebro, y si todos los lavados de cerebro son igual de reprochables, sobre todo cuando el cerebro que se lava viene de un país como el de Amina. Concluyo que incluso el más escandinavo de los paraísos debería unir al deseo de integrar a los alienígenas una dosis de autocrítica. Si no, un libro aparentemente inocuo como éste puede revelarse como una biblia de las propias taras exaltadas como virtudes u omitidas por completo, haciendo perder en él lo que sí es valorable: una descripción honesta de lo que una sociedad considera como sus valores esenciales.
Esta columna también puede leerse en LaMansaGuman
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