El ojo parcial

Arriba y abajo

Durante décadas, las categorías de derecha e izquierda marcaron opciones excluyentes en su acercamiento a la política, la economía, los valores morales y, en general, en su manera de ver el mundo o “cosmovisión”, para ponerlo en terminología antropológica. A un lado, la izquierda se abanderaba con el “pueblo” y la representatividad democrática, la igualdad política y económica, el estado benefactor y solidario protector de sus ciudadanos, la propiedad estatal como generadora de recursos, la educación y la salud como derechos básicos a quienes todos debían tener acceso garantizado. Al otro lado, la derecha se preocupaba ante todo de la protección del derecho de propiedad, suponiendo que garantizar éste garantizaba todo aquello que la izquierda buscaba, pero sin imponer lastres a los ciudadanos más “exitosos”. En vez de subir los impuestos, había que bajarlos para aumentar la competividad; en vez de agrandar el estado, había que achicarlo y poner la confianza en los privados, que solos y guiados por una mano invisible proveerían sin querer queriendo todos esos bienes y servicios considerados como esenciales para llevar una vida humana digna. Etc. No hace falta aquí repetir la historia completa, que ya es conocida por los lectores.

Hoy, sin embargo, resulta ya evidente no sólo en Chile, sino en las democracias de los cinco continentes, que ni derecha ni izquierda representan lo que solían representar, y que han terminado por fundir sus cosmovisiones tan distintas en prácticamente una sola. Ésta es la cosmovisión “de arriba”, pensada y reproducida por quienes llevan décadas asentados en el poder económico y político. Apoyados en una prensa de la que son dueños o a la que seducen fácilmente, los de arriba intentan vender el sistema económico crecientemente oligopólico y anti-competitivo como capitalismo (¡si Adam Smith pudiera levantarse de su tumba!). Intentan convencernos de que el desarrollo es lineal y progresivo y requiere para mantenerse de un consumo de recursos siempre creciente (¿qué hacer si no sospechar cuando las máximas autoridades económicas declaran que comprar es un deber cívico?). Entienden la “globalización” como la apropiación de las principales materias primas y medios de producción por un par de mega-empresas; la “revolución verde” como la eliminación de la agricultura diversa y de pequeña escala y su reemplazo por monocultivos completamente mecanizados; y la “energía limpia” como aquella que permite a dichas mega-empresas mantener el ritmo al menor costo posible para sus propios bolsillos. Los cucos con los que aún seducen (o, mejor dicho, asustan) a sus votantes son la amenaza de desempleo, el alza de los precios y la pérdida de competitividad.

No es raro, frente a este panorama, que un número creciente de personas miren con sospecha a los tradicionales candidatos y declaren con un dejo cínico que da lo mismo por quién votar, cuando se sabe que en lo fundamental los de aquí y los de allá comparten no sólo opinión, sino también intereses en las mismas compañías, amigos en los mismos directorios y casas en los mismos balnearios.

Es mejor por esto asumir que derecha e izquierda se han transformado en etiquetas rancias y anacrónicas y reemplazar la dicotomía (si es que tiene que haberla) por los de arriba y los de abajo. Frente a los de arriba, los de abajo podrían definirse como aquellos que aún creen en la solidaridad como principio fundamental para la existencia de una sociedad viable. Los de abajo simpatizan en general con los valores de la antigua izquierda, pero no apoyan las soluciones estatistas macro y dan preferencia a la diversificación económica, política y social. No creen en el estado como la solución de todos los males, pero tampoco son ciegamente privatizadores; saben además que confiar en la autorregulación de los privados es como confiar en la contención del gato en la carnicería, y es por eso que gritan por mayor fiscalización. Los de abajo son quienes han revitalizado los olvidados valores democráticos y republicanos y han recordado por fin que votar constituye un porcentaje menor de lo que significa ser ciudadano, mientras que el resto es estar atento a las leyes que se proponen y aprueban, y conocer y ejercer los propios derechos y deberes para no sentirse al final del día como meras víctimas del sistema.

En filosofía moral se ha puesto de moda la distinción entre el enfoque top-down (de arriba hacia abajo) y el bottom-up (de abajo hacia arriba). Mientras quienes favorecen el primero parten de principios que luego intentan imponer como verdades universales e incuestionables, sin atención al contexto, los partidarios del segundo parten de las raíces, de las diferentes realidades contextuales para ver desde ahí si es posible coincidir en un par de principios. En este sentido es también que los de arriba son de arriba y los de abajo, de abajo: mientras los primeros intentan hacernos creer en recetas homogéneas universalmente aplicables, los de abajo creen que lo único que puede salvar no sólo a nuestra sociedad, sino a nuestro planeta, son las recetas a medida del entorno, atentas a las particularidades de aquí y de allá. Para los de abajo, la globalización es la universalización de lo local; la revolución verde es la revitalización de la riqueza de lo diverso, y la energía limpia es la que busca en cada lugar la ventaja comparativa sin pretender una solución que calce para todo. Y más importante aún, no meten cucos: simplemente muestran lo que hay y proponen una alternativa. ¿Podrán los de abajo llegar a formar parte del sistema político sin convertirse en los de arriba? Esto sería tema para otra columna, pero grupos como los Verdes en países como Australia apuntan a que la respuesta es positiva.

Esta columna también se puede leer en Lamansaguman


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